Imaginate tener orgasmos sin venir a cuento en la oficina, en un almuerzo, en el autobús o, simplemente, lavándote los dientes –hay un caso clínico al respecto-. Puede sonar divertido, pero de gracia no tiene nada: se llama Síndrome de Excitación Sexual Persistente –PGAD en terminología médica inglesa- y, por salao que pueda parecer pasarse el día así, resulta una auténtica tortura. Lo cierto es que no es uno de esos trastornos de los que se suela hablar, sobre todo porque es únicamente femenino y tiene un gran componente de vergüenza. Pero, como en toda causa, siempre hay alguien que decide erigirse como cabecilla: una inglesa ha dado la vuelta al mundo contando su dolencia y que sufría el tremendo castigo de tener una media de 300 orgasmos diarios. Al menos, su historia tiene un final relativamente feliz: encontró un hombre con un desorden de hipersexualidad con el que parece haber encontrado un equilibrio para su desorden.
Bromas aparte, hablemos de un síndrome que se considera una rareza femenina y que supone una constante excitación sin necesidad de estímulo. Por sorpresa, sin capacidad de controlarlo y que provoca un sin vivir que obliga a quienes lo sufren a masturbarse interrumpiendo su vida normal.
La masturbación, en cualquier caso, no supone un alivio: por lo visto, la cosa es tal que una vez concluida se sigue viviendo el mismo impulso e, incluso sin ella, sucede. Y no, no nos equivoquemos: esto nada tiene que ver con ser multiorgásmica o adicta al sexo. No nos confundamos: se trata de un desorden en toda regla que, además, provoca culpabilidad, vergüenza y una desesperación emocional constante.
Sólo se investiga desde 2001, por lo que todavía no se conocen las causas exactas que generan esta disfunción, que mantiene en constante tensión sexual a muchas más mujeres de las que se cree –qué mal repartido está el mundo: unas tanto y otras tan poco-. Hasta el día de hoy, se barajan hipótesis tan dispares que –digo yo- alguna podría tener razón: desde una irregularidad de los nervios sensoriales a una malformación de las arterias pélvicas. Sin olvidar la posibilidad de que determinados medicamentos puedan provocarla –esta sí que es gorda, porque vendría a decir que lo que es bueno para el bazo es malo para el espinazo-.